Es entendible que en el actual escenario internacional, donde la variable ambiental ocupa un lugar central en los debates, tanto por el creciente consenso sobre la necesidad de abordar los riesgos del cambio climático como por la mayor conciencia sobre la necesidad de regular el aprovechamiento de los recursos naturales, el tema de la caza de ballenas genere inquietud y condenas a nivel mundial a las que Chile debe sumarse.
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Después de todo la discusión apunta en la actualidad a desarrollar estrategias sustentables que aseguren la protección del planeta, pero que, a la vez, permitan cubrir las necesidades de recursos naturales que requiere la sociedad. Por eso, la misión que está llevando a cabo Japón, y que se extendería hasta principios del próximo año, debe ser analizada desde esa perspectiva.
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Es verdad que en términos generales la expedición nipona -si bien ponía fin en la práctica la moratoria que protege a las ballenas jorobadas- se realiza dentro de los márgenes establecidos por la convención internacional para la caza de Ballenas, firmada en 1946. Esta en su artículo VIII establece que los países miembros pueden emitir permisos a sus connacionales para cazar y tratar ballenas para investigación científica, siempre que no se ponga en riesgo su supervivencia. Según Tokio, el escenario que motivó la moratoria de las ballenas jorobadas hace 44 años ha cambiado. En esa época había poco más de 1.200 ejemplares y hoy se calcula que habría cerca de 40.000, pasando de ser una especie "en peligro de extensión" a una "vulnerable", según la Unión Mundial para la Conservación.
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Pero ello no debe ser excusa para que no se lleven a cabo los controles adecuados y no se cumpla con el espíritu de los acuerdos firmados. Estos, después de todo, pretenden evitar que se repita el crítico panorama que motivó la regulación de la caza de ballenas y la posterior moratoria para el aprovechamiento con fines comerciales en los 80. Lo anterior tampoco puede justificar que se recurra a resquicios de los actuales convenios internacionales para terminar utilizando la carne de ballena con fines comerciales, pese a la moratoria.
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La historia entrega claros ejemplos de los riesgos que genera la falta de controles y el incumplimiento de los compromisos. En los 70, por ejemplo, fue la comprobación de la flagrante violación de las cuotas de caza lo que obligó a tomar medidas más estrictas que evitaran en ese entonces la inminente extinción de ciertas especies. Países como la URSS cazaban 20 veces más de las cifras declaradas oficialmente.
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Pero más importante aún, los países firmantes de acuerdos internacionales deben velar por su cumplimiento y cualquier cambio debe hacerse dentro de los márgenes que establecen esos mismos compromisos. Y hasta ahora ningún intento por revocar la moratoria para la caza comercial de ballena ha tenido éxito al no conseguir el quórum necesario, pese a los esfuerzos realizados por el propio Japón. Por eso, poco ayuda al éxito del objetivo final de esos convenios que algunos países intenten alterar el espíritu último de lo allí acordado. Más aún teniendo en cuenta que la experiencia enseña que es indispensable que existan límites y controles adecuados para evitar que se ponga e riesgo el correcto manejo de los recursos naturales antes de que sea demasiado tarde. El caso de las ballenas es un buen ejemplo de ello.
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Editorial La Tercera (Martes 20 de Noviembre de 2007)
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